¿Hombres trabajando?

por Cesar H. París

Hace unos años, durante el gobierno de Duhalde, era vox populi la historia de las computadoras que el Estado enviaba a las escuelas sin luz. Pues bien, ahora se han superado. Han quitando la electricidad de una escuela con computadoras. La estupidez es un mal tan extendido como incurable

Seguí leyendo... Ya han pasado más de 360 días desde que la Empresa Obdulio M. Martignoni comenzó, con un presupuesto de $771.500, los trabajos de reparación de sanitarios y tendido de red eléctrica de la Escuela Normal de Los Toldos. Durante un año los alumnos y docentes convivieron con sierras mecánicas, taladros, polvillo, ruido de moladoras y chispazos de soldadoras eléctricas. Y todo parece indicar que esto continuará. El tiempo estimado para la finalización de las obras era de 240 días; hoy, viernes 27 de febrero, la Escuela no tiene luz ni sanitarios, como tampoco ventiladores o placas de yeso en el techo. El lunes 2 de marzo deberían comenzar las clases y está claro que, más allá del paro que seguramente afectará el inicio, la Escuela Normal no está en condiciones edilicias de afrontar el nuevo ciclo lectivo ¿Cómo hablar de libertad y responsabilidad en aulas sobre las que pende, cual Espada de Damocles, un cable de 220 volts sobre la cabeza de los alumno? ¿Volveremos a dar clase bajo la parra como hace cincuenta años? ¿O nos resignaremos ante otra vejación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires?
Antecedentes de esta práctica perversa abundan: durante el invierno del 2006, el más crudo que recuerde nuestra comunidad en años, la misma escuela soportó las semanas más heladas literalmente sin su techo, con los trabajadores y los alumnos expuestos a las adversas condiciones climáticas de junio y julio. Repito: sin techo. Por las mañanas la helada se posaba en las lajas del piso superior y la gente no se quitaba ni los guantes. De la misma manera, ahora han optado por quitar los ventiladores en el mes de febrero y no reponerlos hasta (con suerte) fin de año. Señores, señoras a cargo tan brillantes decisiones: ¿sus hijos no van a la escuela? ¿Usan baños químicos? ¿Saldrán alguna vez de sus escritorios acondicionados a ver una clase en un aula con treinta y cinco personas un diez de marzo a las dos de la tarde?
No resultan extraños estos planteos cuando observamos que Graciela Gianettasio, quien en un pasado reciente supo ser la funcionaria que craneó e implementó la nefasta Ley Federal de Educación (un auténtico genocidio académico sólo comparable con la Noche de los Bastones Largos en sus tremendas consecuencias académicas y culturales) sea ahora vicegobernadora de la provincia más grande de este país. Con estos antecedentes supongo que al arquitecto de la obra, al empresario y a los funcionarios intervinientes (que no son ajenos al Concejo Escolar) les aguarda un provechoso paso por la administración pública, ese pantano cenagoso donde se ahogan los presupuestos y donde la única escuela que parecen conocer es la Telescuela Técnica.
El caso de la Escuela Normal no es el único. A pesar de las autoridades educativas han informado que todas las escuelas del distrito están en condiciones de afrontar el comienzo lectivo, la otra escuela grande del distrito, la Escuela Técnica N°1, sufrió la demolición de sus laboratorios (inaugurados hace muy pocos años) y tiene que recurrir a salones de emergencia para alojar a sus alumnos ¿No ha llegado el momento de pensar en la construcción de una nueva escuela para el distrito en vez de tener las ya inauguradas en permanente refacción? El barrio de Los Eucaliptus (fundamentalmente, pero también Juan el Bueno) necesitan una escuela ya. Y las escuelas que existen necesitan ser habitables, seguras y, sobre todo, estar adecuadas a la función social que se depositarias. Y está claro hasta para un simio ciego que las obras tienen que hacerse cuando los alumnos no están dentro de las escuelas.
Intrigado por todo esto, hace un par de días le pregunté a un albañil por qué las obras de la Escuela Normal estuvieron paradas durante semanas, justo en el verano, cuando es el mejor momento de hacerlas. “No nos pagan desde octubre” me dice. Cuando salí, pasé por el cartel que anuncia la obra y leo una y otra vez cada número de la cifra que cuesta el arreglo: setecientos setenta y un mil quinientos pesos, deletreo. Si no son los baños más caros del mundo debe andar cerca, lástima que estos no tienen canillas, no inodoros, ni espejos ni nada. Mejor así, así no me observo en el espejo y evito la vergüenza de ver mi cara reflejada en tal despropósito.