31/10/08

Romance...

por María Alejandra Iribar
Se conocían desde muy pequeños, ella apenas tenía 3 años cuando lo vio por primera vez, se podría decir que eran dos niños expectantes e inocentes que iban creciendo juntos... y lo hacían casi sin darse cuenta...

El era bueno en extremo. Cuando ella fue lo suficientemente grande como para ir y venir sola de la escuela, él esperaba el otoño para ofrecerle una alfombra gigantesca, dorada y crujiente de hojas recién caídas, que ella pisaba y levantaba con tanto gusto que no le importaba llenar de tierra sus azules medias y transformar en gris el negro de sus zapatos y entonces, como en una receta mágica, ella mezclaba el ruido de las hojas bajo sus pies, el color calido del otoño con el olor de los útiles escolares, la madera de los lápices de colores y el inconfundible aroma de las hojas de los cuadernos nuevos con su blanca ansiedad por ser escritas y elaboraba con todos aquellos ingredientes una mágica poción que le procuraba un inmenso placer... placer que nunca hubiese sido completo si no hubiese estado él, siempre atento y esperando el mas mínimo gesto de deseo de ella para complacerla.


Seguí leyendo...
Y cuando ya no había mas hojas para alfombrar su paso, él podaba las ramas de los árboles para que ella, feliz, pusiera su carita hacia el sol y el frío del invierno no se hiciera tan crudo.

Una vez, para su cumpleaños, que coincidía con la llegada del invierno, él con un esfuerzo grande grande le regaló muy temprano un cielo gris plomizo que ella no entendió hasta cerca del mediodía, cuando la sorprendió, con una tenue pero inolvidable nevada, y le ofreció cada copo de regalo. El la quería tanto...
Ella también lo quería, y le encantaba hacer pociones mágicas con sus ofrendas. Le gustaba mezclar las mandarinas del fondo de su casa con los rayos de sol que él le regalaba después del mediodía... y ni que decir de cuando le regalaron su primera bicicleta, la "aurorita amarilla" y daba vueltas a la manzana subiendo y bajando los desniveles que él le hacía en la vereda con las raíces de los árboles para que su vuelta fuera mas divertida, y hasta casi podía hacer una melodía con el ruido de aquellos ladrillos que él aflojaba para que ella los hiciera sonar...y cada vereda era una sinfonía diferente que viajaba por el espacio abriéndose paso con el sonar del "timbre cromado" que le habían atornillado al volante de la "aurorita".
Cuando llegaba el verano, a él le gustaba sorprenderla, soltándole un millón de mariposas que cruzaban las calles siguiendo las calidas corrientes y ella paraba la bicicleta para verlas pasar...

Aunque también a veces él la molestaba un poco, en el invierno poniéndole chinches verdes en la ropa y en el verano haciendo saltar langostas cuando cruzaba el patio del fondo y el pasto estaba sin cortar, y en las noches calurosas llenaba las luces de la calle de cascarudos y sonreía cuando ella pasaba por debajo rápido y sin respirar para no tragarse ninguno!!!.

Una noche, cuando ella salía al patio para "dar vuelta la antena" del televisor, que casi nunca se dejaba ver, él le regaló, como un pasacalle eterno, la Cruz del Sur y Las Tres Marías, y le dijo que seguramente el tiempo los haría cambiar a los dos, pero al mirar hacia arriba, encontraría ese pasacalle hecho de estrellas, y que lo vería desde donde ella estuviera y de esa manera estarían siempre juntos.
El tiempo fue pasando y un día ella se enamoró, y entonces él le regaló el banco de la plaza debajo del ceibo, para que nadie la molestara y pudiera estar con su amor recién nacido, y le regaló esquinas de medialuz, y rincones sin ninguna luz para que ella no sintiera mucha vergüenza, y veredas con luz de luna para que pudiera mirar los ojos de su amor.

Y el tiempo siguió pasando y ella un día lo abandonó, él no podía darle lo que ella necesitaba y la vio irse… en busca de calles con luces de neón y edificios con ascensores y escaleras mecánicas y facultades y otras cosas que él no habría podido darle nunca.

Al principio y con tanta cosa estruendosa y apabullante, casi que no lo extrañó... mejor dicho, mucho tiempo pasó sin acordarse de él hasta que un día mirando al cielo con mucho esfuerzo (porque en una ciudad grande el cielo abierto no se ve) lo vio, y lo reconoció en aquel pasacalle de estrellas que aún brillaba, y se dio cuenta que hacía muchos años que no había vuelto a pisar hojas de otoño, que las veredas de aquel lugar no tenían ningún rayito de sol, y que ya no estaba el timbre de su aurorita que la llevara por el espacio.

También se dió cuenta que por mucho que quisiera ya no había langostas, ni chinches verdes ni cascarudos y que hacía mucho mucho tiempo que no había mas mariposas.
Y entonces decidió volver, y buscarlo entre los desniveles de las veredas, las mandarinas al sol, o el banco de la plaza que estaba abajo del ceibo... y lo encontró... y él tenía la mirada un poco mas cansada pero siempre tuvo la certeza de que en algún momento ella iba a regresar y que se volverían a encontrar y se quedaron unos días en silencio, sin moverse casi, y de a poco comenzaron a descubrirse de nuevo, él tratando de adivinar que era lo que ella quería y ella tratando de adivinar también con que la sorprendería él... y así empezaron su romance nuevamente, un día ella quiso caminar y él le regaló un sendero luminoso y un sol desapareciendo en el horizonte con un estallido rosa y naranja para que ella se regocijara nuevamente y ella sacó de su corazón la mejor receta de pociones mágicas y al croar de las ranas, las hojas del otoño, alguna mariposa y su pasacalle impecable de estrellas agregó el brillo intenso de su alma y una promesa de amor, y le dijo que siempre, siempre, iban a estar juntos y que por mas años que pasaran, ella siempre esperaría su sorpresa y sabía que él estaría siempre dispuesto a protegerla.

Ella, siempre quiso a su pueblo, él fue el hacedor de la felicidad de su infancia y el cómplice de sus amores, él siempre estuvo dispuesto a hacerla feliz y ella ahora, al paso del tiempo renovaba para él su eterna promesa de amor.

9 comentarios:

  1. que bueno encontrar alguien que se pone a escribir algo interesante que no tenga que ver con la realidad de todos los días. Entre tanta gente peleandosé en este blog por cosas que creen importantes....

    ResponderEliminar
  2. Gracias María Alejandra por refrescarnos lindos recuerdos.

    ResponderEliminar
  3. che dolobu como lo escribas te queda chico. donde vivis ??. en el tacho del chavo.

    ResponderEliminar
  4. Jaj, que tierno escribis Ale!

    ResponderEliminar
  5. jajajajaja, que risa que me das, anónimo. Sabía que algún boludo anonimo iba a recoger el guante. Que inferior que sos... chiquito.... espero que no moderen esto, de última, boludo es un trato casi cordial en estos días...
    y si vivo en el tacho del chavo que pasa? vos donde vivis? sos un comprometido con la realidad nacional?

    ResponderEliminar
  6. Un verdadero dolobu...

    ResponderEliminar
  7. ahh no no no no noooooo yo sabia que el dolobu es dolobu de verdad jajajaj.. firma A-NO-NI-MO. CHAU CALENTURA JAJAJAJA

    ResponderEliminar
  8. Muy bueno, no apto para nostalgiosos.

    ResponderEliminar
  9. muy bueno vick.. como alivias la gripe ahhhhhh..

    ResponderEliminar

Hola. Esperamos tu comentario para enriquecer nuestra propuesta