28/6/10

¿200 años de qué?

Por Gaspar Scheuer
¿Cuál es?
Como no podía ser de otra manera, todo empieza con una controversia. Opiniones encontradas en torno a la verdadera fecha en que corresponde celebrar el “nacimiento de la patria”. Si el 25 de mayo o el 9 de julio. Si me preguntan, elijo el 25 de mayo como acontecimiento significativo. Después la burocracia política demoró 6 años en asumir las consecuencias, pero mientras tanto cientos de hombres perdieron su vida por la decisión tomada en 1810.
Combates, escaramuzas, fusilamientos, movilización de poblaciones, son prueba más que suficiente de que ya se había puesto en marcha una idea, aún tambaleante y con contradicciones internas.
El argumento a favor del 9 de julio suele sostener que en mayo solo se constituyó una Junta a imagen y semejanza de las que contemporáneamente se constituían en España, invadida por la Francia imperial. Este sofisma se desmorona con solo pensar en que mientras el pueblo español se armaba para enfrentar a Napoleón, acá se hacía la guerra contra…España, que había entendido perfectamente de que se trataba todo este revuelo.

Mamá y Papá
Saldado este primer interrogante, creo que vale la pena preguntarse, ¿200 años de qué?
¿El nacimiento de la patria? ¿Cómo se da origen a un país? ¿Qué argumentos sustentan esa pretensión? Los propios doscientos años transcurridos nos darán sobradas muestras de la fragilidad del asunto en cuestión.
Para haber nacido, para existir, para venir al mundo hacen falta, nos enseña la naturaleza, un padre y una madre. La madre patria será España, quién nos enseña el idioma, la religión, las tradiciones. Y el “padre de la patria” será el oficial José de San Martin, quien nos educará con el ejemplo de sus actos y unas sentencias austeras y virtuosas.
Ahora, ¿qué liga al ejército de San Martin, que se niega a desembarcar en Buenos Aires para participar de las contiendas civiles, con el ejército de Jorge Videla, que no duda en alistar a su tropa para defender los valores que cree sagrados e inalienables, sin descartar para ello ningún método, incluyendo sofisticados procedimientos para extraer información y deshacerse en la penumbra de los cuerpos del enemigo abatido?
El general San Martin escribe en una conocida proclama que para ser libres acaso sea preciso andar en pelotas como nuestros hermanos los indios.
Setenta años después otro general comanda el ejército para exterminar a esos mismos indios, y se lo recompensa con el cargo de presidente de la Nación. ¿qué es lo que los hace parte de una misma historia argentina?
“¿Cómo hago para compartir la admiración por Roca y su organización del País? ¿Cómo voy a dejar que a mi hijo le enseñen esa historia?”, me preguntaba una señora mapuche de la localidad de Puente Blanco, Chubut.
“Roca no mató a los indios. Los indios ya estaban muertos”, le decía una señora de apellido resonante a un amigo que se quedaba sin respuesta ante el cinismo, esa exitosa escuela de interpretación histórica.

Escribiendo la historia
Si vamos a tener una patria es necesario escribirle una historia de héroes, dijo el general Bartolomé Mitre, y se dispuso a escribirla.
Eligió como Supremas Deidades del Panteón al militar José de San Martin, y a Bernardino Rivadavia, el “primer gran civil”. No hace falta investigar mucho para enterarse de que estos dos personajes se detestaron con pasión, y tenían ideas irreconciliables sobre el país. Pero a Mitre le servían como modelos complementarios, seguramente se sentía él mismo una síntesis cívico-militar de esos dos antagonistas. Escribir la historia es un asunto complejo, sobre todo cuando antes de empezar a escribir una palabra ya se sabe de antemano lo que se quiere contar, y lo que no. Podemos terminar el cuadro, recordando que el propio Mitre fue un pionero en intentos de alzamientos militares y golpes de estado, y las consecuencias sobre el país que soñó y escribió surgen entonces con claridad meridiana.

Geografía
El virreinato del Río de la Plata da origen a 4 países, ¿qué nos distancia de Bolivia, Paraguay y Uruguay? Decisiones políticas y el paso del tiempo. El resultado en muchos casos es el desprecio, la intolerancia. ¿Por qué debería enorgullecerme de mi bandera celeste y blanca? ¿Porque la creó Belgrano?
El propio Belgrano fue a guerrear al Paraguay y a Bolivia contra las tropas realistas, en nombre de una misma bandera, que sin pretensiones de originalidad él mismo había diseñado. Y las órdenes desde Buenos Aires fueron claras: arriarla, guardarla, olvidarla. Claro, todavía no se había declarado la independencia. Como si la independencia de una nación fuera un formulario que se rellena con letra clara a la espera del sello de un funcionario que bosteza.

Palabras, palabras.
La historia se entreteje con contradicciones irreconciliables. Doscientos años de independencia, doscientos años de una existencia difusa. Nada en política pareciera suceder de una vez y para siempre. Libertad de pensar y expresar, igualdad de derechos y posibilidades, soberanía para tomar decisiones, parecen más bien cuestiones que deben ser debatidas, conquistadas y defendidas a diario.

A propósito de la república.
A cualquiera puede sucederle prender la radio y escuchar a personajes miserables y tenebrosos inflarse el pecho para invocar la república. Es la palabra que redime todos los males, que conjura todos los maleficios. ¿No acabará así siendo la forma más elegante y sarcástica de no decir nada?

Finale con tutti.
Somos una ficción, un avatar de las casualidades. Nuestras fronteras podrían ser otras. Buenos Aires prefirió ser independiente 10 años antes que resignar sus privilegios. Algunos de nuestros próceres fueron acérrimos enemigos entre si. Fuimos testigos y cómplices de infamias y vergüenzas, tenemos heridas sangrantes y viejísimas deudas siempre postergadas. Estamos hechos de barro inconsistente, de ruinas humeantes, de mentiras repetidas como una oración de domingo, de traiciones cruzadas y promesas incumplidas. No hemos vivido coronados de gloria. Feliz cumpleaños.

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