El sábado 20 de Octubre de 2007 amenazaba con lluvia, pero en el mundo mágico todo puede suceder y entonces uno puede querer que salga el sol, y que sea radiante sobre el mediodía. Y así se hace contra todos los pronósticos, fulminando la maravillosa luz en cada rincón de Los Toldos. En ese mundo mágico uno también puede desear cosas como “que se abra un cine en un pueblo!”, cuando lo más común es que se cierren, se abandonen, y se los extinga o transforme en iglesias de ocasión. Y entonces el cine, con impulso mágico, también puede volver a abrirse....
Seguí leyendo... En estas historias, el uso de la razón suele echarse en desuso para comprenderlas. Es preferible dejarse llevar por lo que acontece sin husmear demasiado en las causas, que existen igual, claro, y son las que echan este y tantos otros mundos a andar…
La Magia es un hechizo inexplicable, un sin sentido que actúa enigmático y misterioso en nuestro Yo anonadado. Es “eso”, que existe y que a cada uno le ha sucedido de mil maneras diferentes (si uno esta dispuesto a ver) y se entromete en los huecos íntimos de cada uno y hace que se sienta un cosquilleo, como ese que les sucedió en el preciso momento a todos los que atravesamos la puerta de la Asociación Italiana para ver que sucedía allí dentro en ese día de maravilloso sol.
Pero aquí vale husmear un poco en esas causas, mientras nos recostamos en el césped de la Plaza Rivadavia y en vuelo nos zambullimos hasta el corazón del cine.
El hall estaba repleto de gente. Luces amplias colgaban de los techos y grandes carteleras de viejos y no tan viejos films de Leonardo Favio contenían los rostros ilusionados de toldenses y forasteros que ese mediodía se dieron cita. Era como un bautismo, o un casamiento de mediodía. El paralelismo con la plaza enfrente daba una cierta comparación. Era, más allá de etiquetas, una celebración.
La gente lo esperaba, sabían que había llegado, cuando de pronto… hizo su aparición. Bastón en mano Leonardo bajo las escaleras del hotel y se adentró en lo que sería otro día de ternura, de cariño inmenso hacia su figura en un motivo muy particular: La inauguración de un cine que llevará por siempre su nombre.
Comienza la función, la sala está repleta. En las butacas del piso y en la de los gallineros la gente aplaude, aplaude a rabiar, hay felicidad en el ambiente, Leonardo cruza el salón inmenso bajo la presentación del locutor y las luces encendidas y se ubica en la fila delantera junto a todos los demás que hicieron esto posible: la Vice Presidenta del INCAA María Beatriz Lenz; el presidente de los Italianos Luciano D`Arienzo junto a los miembros de la entidad; el empresario Osvaldo Vacca y su equipo, el Intendente Bartoletti; Vanesa Ragone, Florencia Faure, Fabian Escoltore…
Las emociones se comparten en cada palabra expuesta ante el público. “Esperamos verlos todos los días por acá” dice D´ Arienzo. “Hay que usarlo” repiten a coro todos los que transitan por la “flamante sala”
La sala se apaga y la primera proyección se enciende. En la pantalla grande aparecen los rostros de los que siempre estuvieron atrás, en la sala “por donde sale esa luz”. Nicholson, Alfuso, Espejo…, los viejos acomodadores y proyectoristas del Español y el Italiano en las viejas glorias ahora son protagonistas en la pantalla. La magia todo lo puede, y ellos, invierten su rol. Mientras anonadados observan en silencio entre el público, en las butacas repletas, como se reproducen sus dichos en esa pantalla gigante, en perfecto audio e imagen. Recuerdos, análisis, caídas y triunfos de una historia de amor con las 35 mm son expuestos en el relato audiovisual por el ojo y la dirección de quien ahora (cual paradoja) es al que le ha tocado el turno de proyectar: Roque Catania.
La gente aplaude. La gente aplaude a rabiar. Es un cuento de magia. Leonardo Favio se emociona, Bartoletti lo abraza… “Compañero…”. María Beatriz Lenz no tiene palabras. Los Toldos tiene cine. Un mundo de historias, de dibujos animados, emociones, sentires y lágrimas se abre en Los Toldos. Un nuevo espacio cultural, un nuevo escenario donde “hay algo para hacer” e incluir en las salidas de los fines de semanas.
Muchos se preguntan ahora, quizás temerosos de lo ya vivido, de las derrotas de antaño. ¿Funcionará? ¿Irá la gente? Y a la par se interrogan ¿Qué películas pasarán? En el mundo mágico esas preguntas son torpes, porque las cosas suceden más allá de ellas.
Así como sucedió que el cine volvió.
Entonces desde estas páginas los impulsamos a dejarlas a un lado, a no preguntarse más esas zonceras y en su lugar participar, salir, disfrutar, y concurrir.
El cine nos espera, abre su gran boca y nos quiere comer.
Porque en la historia repleta de magia los actores somos nosotros.
Y la película es este cuento mientras la pantalla nos filma.
María Beatriz Lenz. Ella…
Los agradecimientos la nombraban primero. Cada gesto de aprobación y felicidad la buscaba en la gran sala para hacérselo saber. Cada uno supo que ella fue el motor que impulso la reapertura de la Sala del Cine Teatro Italiano. Y esta muy bien decirlo y hacerlo saber.
María Beatriz es toldense, toda su familia vivió y vive aquí. Actualmente carga la responsabilidad de ser la Vice Presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). En un encuentro con lamanuela en el marco de la reinauguración dijo “Estoy feliz”, mientras la sonrisa se ampliaba en su rostro. La misma sonrisa que seguramente se escapaba ante las películas que miraba en esa misma sala de niña. “Yo tuve la suerte de vivir el cine desde chiquita. (…) cuando cada uno se puso su mejor ropa y vino a la tarde a ver una película de Lucky Luque o de Bud Spencer”. Hoy, “re abrir el cine en el pueblo de uno tiene un sabor diferente, imposible de trasmitir con palabras. Uno se siente nervioso, feliz, emocionado…”
La historia de la reapertura surge entre ella y el Presidente de la Asociación, no hace tanto. “Empezamos a conversar con Luciano hace un año y medio. Y empezamos a contagiar a gente para que hiciera los aportes económicos que la Asociación Italiana de Los Toldos no tenía, y el INCAA tampoco tenía. Y entonces encontramos algunos distraídos que nos terminaron armando una sala de primer nivel. Fue un proceso de un año y medio, de idas y vueltas. Hasta que dijimos, bueno, estamos para abrir. Y dos de los empresarios están presentes hoy acá. (Se refiere a Osvaldo Vacca y Vanesa Ragone).
“Ahora el aporte va a ser para los jóvenes. Para que puedan acercarse a vivir los productos culturales de una manera diferente. (…) El cine es diferente sobre todo para las nuevas generaciones que han sido producto del DVD y de otros formatos tecnológicos. El cine tiene magia, nos conecta con los sueños, con las ilusiones…”
LEONARDO, EL HOMBRE BUENO
Cuando Leonardo Favio ingresó en la Sala del Cine Teatro Italiano de Los Toldos que llevará, desde ahora y para siempre, su nombre, los toldenses aplaudían sin cesar. Y lo hicieron cada vez que lo nombraban o que él, en su esfuerzo se levantaba para darse vuelta y saludar, o para hablar y agradecer infinitamente. Ese aplauso era ensordecedor. Esas manos aplaudían con fuerza, con ganas, y lo hacían en definitiva como diciendo, “Gracias Leonardo… Bravo…” y decían también esos aplausos “Leonardo… Te queremos mucho”.
La sala es la primera de todo el país en llevar el nombre del cineasta y cantautor argentino. Maria Beatriz Lenz lo dijo muy claramente “Leonardo Favio sintetiza los valores que motorizaron la re apertura del cine. El trabajo, la sensibilidad, esos valores de la Asociación Italiana y porque eso lo hace carne a un gran artista como Leonardo. Por eso lleva su nombre. Es la única sala que lleva su nombre, el resto… se lo ha perdido”.
Es un gusto para nuestra comunidad. Y lo es en el marco de la presencia de este artista tan maravilloso que ha trascendido tantos países y más corazones. Un genio, un delirante, un hermoso hombre que cubrió su obra de Amor y Cariño, un hombre íntegro que abrazo su ideal justiciero con la Eva y el Juan y desplegó un mundo de Ternura ante las injusticias terrenales. ¿Como no quererlo? ¿Como no aplaudirlo en abrazos?
Su biografía dice que su nombre real es Fuad Jorge Jury, que nació en Luján de Cuyo, Mendoza, en 1938, que conoció la pobreza, que robó y estuvo internado en varios institutos de menores, de los cuales se escapaba o lo echaban. Que su padre abandonó el hogar cuando él era muy chico y murió joven, que pasó algunos años en el Hogar El Alba, del cual se fugó para volver a Luján de Cuyo a vivir con su hermano mayor, Zuhair Jury (quien sería coguionista de casi todas sus películas). Que algunos pequeños hurtos lo llevaron al Patronato de Menores, que intentó enrolarse en la Marina, donde duró poco pero se llevó el uniforme, con el cual pedía limosna en Retiro. Que retornó a Mendoza, donde su madre (que era escritora de radioteatros) le conseguía algunos bolos en la radio.
De vuelta en Buenos Aires, trabajó en la radio y luego comenzó su carrera como actor, bajo el padrinazgo de Leopoldo Torre Nilsson, quien lo tomó bajo su protección y lo incluyó en films como El secuestrador, Fin de fiesta, La mano en la trampa y La terraza. Su admiración por “Babsy” era tanta que –según Favio– comenzó como director para impresionarlo (también para conquistar a María Vaner, su primera mujer), y le dedicó su primer film, Crónica de un niño solo (1965). Luego llegarían Romance del Aniceto y la Francisca (1967) y El dependiente (1968), éxitos de crítica que le valieron varios premios internacionales.
Ese mismo año, 1968, es el año del lanzamiento de su primer disco (“Fuiste mía un verano”). Luego, con su segundo LP “Leonardo Favio”, comienza una carrera ascendente y maravillosa que le valerá llegar (en nuestro humilde ego pueblerino) a ser la estrella del día en que se volvió a abrir la Sala del Cine Italiano.
Esa tarde en Los Toldos, su amigo Carlos Morelli sintetizo y relató muy bien la esencia del artista cuando lo presentó ante los cientos de toldenses que colmaban la vieja sala venida completamente a nueva.
“…Muchos recuerdos de adolescencia se me mezclan, caóticamente, esos novísimos reclamos por la infancia desvalida de “Crónica de un niño solo”, su Opera Prima. La poesía salvaje y maravillosa de “El romance del Aniceto y la Francisca”; la poesía negra y peculiar de “El Dependiente”; los delirios maravillosos de “Nazareno Cruz y el lobo”; la fiebre de “Juan Moreira”; la épica a puñetazos de “Gatica” y claro está, (porque yo también soy un romántico), todo eso mezclado a los aportes únicos de la poesía cantada de… qué se yo… “Ojala simplemente le regale una rosa”, o “pantalón cortito”…
Pero creo que lo más importante es este acto de justicia ¿no?
Porque lo que más me gusta de todo esto (y se los confieso) es que seguramente a él también lo que más le gusta es que su nombre no está en el bronce sino en la marquesina de un cine que podría llamarse Paradiso pero se llama “LEONARDO FAVIO”.
La obra del maestro culmina por ahora con el inmenso trabajo de recopilación y relectura de “Sinfonía de un Sentimiento”, su trabajo sobre la Historia del Peronismo que tanto amó y ama hoy. Leonardo es un referente del peronismo, sin dudas. Y en nuestra localidad dijo algo al respecto, algo que se relaciona con la militancia pero complejizado por el lente con el que él ve la vida: “En alguna oportunidad -dijo Favio- yo comenté que mí compañero no es aquel que hubiese sacado un carnet que lo identificara como peronista o justicialista. Mi compañero es todo aquel, que milite donde milite y piense como piense, sienta ternura al ver un niño y al ver un anciano en necesidad de acompañarlo; sintiera dolor de ver un obrero que le cuesta llegar a su hogar sin pan para sus hijos, como dije en alguna canción”.
Ese fragmento de sus palabras en Los Toldos lo pintan de cuerpo entero. Leonardo fue un militante de la Ternura. Lo apreciamos en las imágenes de sus films, en las letras simples de “O quizás simplemente te regale una rosa” o “Ding Don, Ding Don, esas cosas del amor…”.
Un hombre tierno, un hombre bueno…
¿Cómo no quererlo?
PARA EXPERIMENTAR EMOCIONES COLECTIVAS
Por Roque Catania
No sé si para la gente será importante volver al cine, si sé que es importante tener la posibilidad de ir.
Recuperar una sala es contar con un espacio cultural más, abrir una ventana al mundo y a los sueños, reencontrarnos con la mística de ir a ver filmes.
En todos los años sin cine surgieron nuevas generaciones y con ellas nuevos lenguajes audiovisuales. Que los jóvenes tengan la oportunidad de ver películas en una sala les dará seguramente una opción para ampliar su universo visual.
En estos tiempos de individualismos no está nada mal experimentar emociones colectivas. Los más veteranos (como yo) saben que ir al cine era un evento que trascendía la película de turno, era un ritual. Los domingos tenían hasta su pilchita reservada, muchos recordaran el olor de la sala, las bolsitas de girasol o los ácidos de suchard, el zapateo previo acechado por la sagaz linterna del acomodador, el carreteo y el fogonazo del proyector estallando en la pantalla.
“El cine nos interviene los sentidos”, es un lugar donde todo está permitido, se distorsiona el tiempo y se estiran los límites morales, conviven sin complejos las denuncias más audaces y la frivolidad total.
¿Quién no tiene una escena perpetua que lo acompañe?
DOMINGOS A LA TARDE
por Gaspar Sheuer
Un día como hoy, hace miles de años, a unos monos se les ocurrió erguirse.
Aprendieron a dominar el fuego, y desde entonces pasaron noches enteras contemplando sus formas fugaces. Fabricaron herramientas para golpear y para cortar; se vistieron para abrigarse y para lucirse. Un día aprendieron a hablar, y todo cambió. Ahora más que nunca, ya no eran monos.
Entre ellos había herreros, magos, cazadores; el lenguaje inventó un oficio: el contador de historias. Ahí donde había una familia reunida alrededor del fuego, una abuela narraba a los pequeños las sagas fantásticas de sus ancestros. Los niños escuchaban atentos; nunca olvidarían lo que habían escuchado en esas noches. Años después, ellos serían abuelos y correrían con el deber de mantener vivas esas leyendas.
El tiempo pasó. Inquietos como eran, idearon un sistema que les permitió fijar esas narraciones para siempre, mediante símbolos. El libro hizo viajar las historias por todo el mundo, y algunos contadores de historias se hicieron célebres. Sabemos de una muchacha árabe que salvó su vida enhebrando fantasías durante mil y una noches. Sabemos que en Grecia, un ciego inspirado cantó las hazañas de los hombres más valientes de su tierra, y los caprichos de los dioses que los gobernaban. Por estas tierras, acompañado de una guitarra, el contador de historias encarnó en payador. Hasta hubo uno, mítico, que se entreveró mano a mano con el propio Satanás. Verso va, verso viene, se le fue la noche.
¿A quién no le gusta que le cuenten un cuento?
El tiempo, es sabido, siguió pasando. El mundo conoció la radio, el teléfono, el tren. Dos hermanos franceses inventaron una máquina, y la llamaron cinematógrafo, ya que lo que hacía era algo así como “dibujar el movimiento”. Primero registraron asuntos que transcurrían a su alrededor. Pronto el invento cayó en manos de delirantes que pusieron sus mecanismos al servicio de la fantasía, asegurando la supervivencia, en un mundo siempre cambiante, de los contadores de historias.
Hoy el cine, en Los Toldos y en tantos otros pueblos, parece ligado al pasado. Para mi, es la infancia de los domingos a la tarde. Es el recuerdo de un tal Salieri que sintiéndose abandonado de su dios, arroja a las llamas un crucifijo. Es una mujer desnuda bañándose, espiada entre las grietas de la puerta por un visitante fascinado por la belleza de sus formas. Son Trinity y Bud Spencer peleando contra cincuenta tipos que recibían las trompadas y salen volando. Es un cazador siberiano caminando con esfuerzo bajo una nevada intensa.
Definido por un ruso como el arte de “esculpir en el tiempo”, el cine mantiene vivo su poder para narrarnos historias, oficio un tanto devaluado en estos días. Recuperarlo es también recuperar el asombro, los viajes, la intriga, el delirio, la fantasía, los sueños.
Más repercusiones sobre este acontecimiento aquí y aquí
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