25/5/10

EL General entre el terror

Por Julián Piñero

Mayo
Creo advertir que nos preparamos para festejar el Bicentenario de un suceso que se nos presenta como un hecho pasado, aislado en nuestra historia, folclórico, casi una efeméride. Un acontecimiento muerto. ¿Cuántos argentinos piensan que el 25 de mayo de 2010 festejaremos los doscientos años de una revolución en curso?
Aquí no hubo Perestroika ni cayó ningún muro, dudo, sin embargo, que la mayoría de nosotros crea estar viviendo una revolución.
La de Mayo fue una revolución burguesa. Marcó el ingreso de la región a la moderna globalización que proponían Francia, en lo cultural, e Inglaterra en lo económico. Para ello había que ser independientes de la España monárquica y colonial. Pero libertad, igualdad, fraternidad e independencia son valores muy difíciles de defender en el mundo capitalista si no se es una potencia hegemónica. No hemos conseguido serlo, está claro. Pero ¿Alguna vez lo pretendimos? Tal vez esa pretensión haya naufragado, ¿para siempre?, junto a los sueños de San Martín y Bolívar.

Ideales
Si atendemos a los sucesos ocurridos en éstos doscientos años de historia nacional, los valores enarbolados en Mayo aparecen como una gran deuda pendiente. Más allá de alguna coyuntura particular o de las declamaciones legales, lo cierto es que libertad, igualdad e independencia aún aguardan por su realización real, material. La historia argentina, tal vez, podría resumirse más acertadamente como la del fracaso de esos grandes ideales.
Acaso una de las llaves para comprender ese fracaso esté en otro de los grandes conceptos de la Revolución Francesa: la fraternidad. El pueblo francés, mediante el terror, derroca a la monarquía absolutista y proclama los mencionados valores sobre los cuales construir el futuro de una nación preexistente. Aquí, la revolución de Mayo implica el nacimiento de una nación. En este sentido, la libertad y la independencia son anteriores a la nación. La tarea que se abre en Mayo es la de la construcción de esa nación. Allí deberían haber entrado a jugar los otros dos valores enarbolados: igualdad y fraternidad. Pero eso no sucedió y el terror aquí fue el instrumento preferido para unificar, por la fuerza, a un pueblo diverso. El iluminismo porteño y elitista de la Junta, luego Unitarios, Federales y el rosismo, más tarde el genocidio del desierto, las dictaduras asesinas del siglo XX. Todo ello marca el escaso lugar que le hemos dado a la igualdad y a la fraternidad a lo largo de nuestra historia. Y, tal vez, eso explique, en parte, la dudosa libertad e independencia que hemos tenido como Estado en estos años.

Tres personajes
San Martín tal vez haya sido el único en su tiempo que comprendió la importancia de la fraternidad y bajo esa guía actuó. Podemos situar las acciones de San Martín, cronológicamente, entre las de otros dos personajes: Moreno y Rosas. Tres personajes que han pasado a nuestra historia de diferentes maneras. El ideólogo de Mayo, el Padre de la Patria y el Bárbaro sanguinario. Lo cierto es que el proceder de Moreno no estuvo exento de terror tanto como el de Rosas no careció de ideas. Sin embargo, ambos son deudores de la fraternidad. En este sentido San Martín es ejemplar. José Pablo Feinmann, en su maravilloso libro titulado La sangre derramada, plantea la tesis de que a partir de esos terrores iniciáticos puede enhebrarse toda la historia nacional en términos de mutuas venganzas entre bandos siempre enfrentados a muerte. Así, hemos dejado muy poco lugar para la política, entendida como espacio donde dirimir las diferencias pacíficamente.

Moreno (Mariano) y la Ley de servicios audiovisuales
La historia de un país se inscribe en cada uno de nosotros, en gran medida, desde afuera. La mayoría de las veces accedemos a ella a partir de las interpretaciones que instalan aquellos que detentan el poder para hacerlo. Por eso, muchas veces, tenemos esa sensación de que la historia es algo inmodificable. Ese es el objetivo último de todo poder: construir un relato que se presente como verdad inmutable.
Mariano Moreno fue periodista y revolucionario, también fue una de los personajes más brillantes de su generación. Y sabía perfectamente que aquello que entendemos por realidad es, en buena medida, el resultado de la imposición de una versión particular de la historia. Dice Moreno: “los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice.”
Es cierto, la frase suena pesada. Es un líder “iluminado” creyéndose el elegido para guiar a un pueblo ignorante. De allí a implantar el terror si el pueblo no lo apoya hay solo un paso. Y Moreno lo dio. No fue un gran paso porque le llega la muerte un año después de haber escrito la frase. Pero ese tiempo le alcanzó para fusilar y mandar incursiones a las provincias, no precisamente con el objetivo de fomentar la fraternidad. También escribió otras cosas, por ejemplo: “Los cimientos de una república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos.”
Es cierto que el legado morenista no se acaba en el terror. Sin embargo su accionar dista mucho de esa imagen escolar del burócrata ilustrado, secretario de la Primera Junta. Moreno fue, antes que nada, la vanguardia de la revolución y en cuanto tal no dudó en utilizar cualquier medio para llevar a cabo sus ideas.
Doscientos años después cobra nueva relevancia aquello que Moreno enunciara en 1810. Me refiero a la primera de las frases citadas, que hoy puede ser leída desde otro punto de vista. Moreno, lúcido, mucho antes de la globalización tecnológica nos advierte que la historia se construye a partir de interpretaciones que se hacen hegemónicas y, con el tiempo, asumen la contundencia del hecho consumado.
Moreno lo sabía, por eso apeló a todos los medios que tuvo a su disposición para justificar el terror que pretendía imponer la revolución. Lo sabía Mitre cuando se esfuerza en escribir la historia oficial. Lo sabían los dirigentes del Centenario cuando llevaron al bronce los próceres construidos por Mitre. Y lo sabían los asesinos del Proceso, por eso elaboraron una ley de medios que los amparara en el relato de esa historia que tarde o temprano se iba a escribir. Hoy, cuando los medios de comunicación han alcanzado un desarrollo impensado, aún nos preguntamos si es posible que influyan en la construcción de la historia, es decir de la realidad. Y el Bicentenario nos ha sorprendido discutiendo si es bueno o no que se derogue la ley de medios de la dictadura del terror. Esa ley que posibilitó que grupos concentrados de poder amasaran fortunas, vendiéndonos cotidianamente el pescado podrido de su versión de la historia.

San Martín
Sospecho que si a cualquier argentino se le menciona la frase “padre de la patria”, la primera imagen que le acude a su memoria es el retrato de San Martín envuelto en la bandera celeste y blanca. Ese retrato que nos miró desde encima de un pizarrón durante toda nuestra infancia y adolescencia.
Ahora bien, ¿por qué San Martín no aparece directamente ligado a la revolución de mayo? ¿Cómo es posible que “el padre de la patria” haya estado en Europa sirviendo al ejército de la Corona española mientras sucedía el alzamiento de mayo? Si Mayo fue el nacimiento de nuestra patria, su padre estuvo ausente. Una pregunta más. ¿Cómo es que se convierte en padre de la patria un militar que solamente libró una batalla en suelo argentino? ¿Por qué no se les reconoce esa “paternidad” a los integrantes de la Primera Junta?
Muchos factores contribuyen a explicar el lugar que San Martín ocupa en nuestra historia (sus campañas independentistas, el hecho de ser militar formado en Europa, la decisión de Mitre cuando escribe la historia que se convertiría en “oficial”). Para mí, la razón que mejor explica, o justifica, ese lugar es que San Martín es el único personaje de nuestra historia que pensó a nuestro país como un espacio plural, con lugar para todos aquellos que lo integraban. Y, lo más importante, actuó en consecuencia con esa idea. Puso tanto empeño en expandir la libertad y la independencia por el continente como por fomentar, con su ejemplo, la igualdad y la fraternidad entre los pueblos liberados. Se refería a los habitantes originarios como “nuestros paisanos los indios”, el nombre de su logia, Lautaro, era un homenaje al guerrero araucano que se reveló contra los españoles. San Martín siempre se mantuvo por encima de las sangrientas disputas internas, supo esquivar las tentaciones del poder y prefirió el exilio antes que derramar la sangre de sus hermanos. Le escribe a Artigas, luego de negarse a combatirlo como le ordenaba el Directorio, “Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. (…) Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas…”
San Martín incurrió en la desobediencia al negarse a reprimir los levantamientos de los caudillos del interior. En cambio, decidió emprender la campaña del Perú. Esta acción, grande en sí misma, cobra nueva dimensión si la comparamos con la miserable actitud, de los militares asesinos de la década del 70, de escudarse tras el argumento de la obediencia debida.
El Ejército de los Andes, mientras San Martín estuvo al mando, jamás intervino en las disputas civiles. Se abocó exclusivamente, y muchas veces sin el menor apoyo de los gobernantes (Rivadavia y el Directorio) a extender a nivel continental la revolución y la independencia de la región. Este hecho, a la postre, fue el que aseguró el éxito de la empresa iniciada en Mayo. Mientras Rivadavia y los Unitarios pretendían ubicar a Buenos Aires como la nueva metrópoli, sometiendo a las provincias y llevando al país a una cruenta guerra civil, San Martín consolidó las bases de la independencia en la región. Lo cual alejó para siempre el fantasma de una ofensiva contrarrevolucionaria. Qué distinto hubiera sido el escenario si la Revolución de Mayo y la posterior independencia se hubieran circunscripto al interior de nuestras fronteras, donde se desarrollaba un feroz enfrentamiento interno. Eso lo entendió San Martín, entre otras cosas, por su condición de gran estratega. La obra quedó inconclusa. Faltó, en los dirigentes que debían encargarse de consolidar la nación, la grandeza suficiente como para hacerlo en el consenso y la fraternidad. Probablemente en los intrincados laberintos en que nos embarcaron los enfrentamientos violentos e irreconciliables debamos buscar el fracaso de ese sueño sanmartiniano: el de una región integrada fraternalmente más allá de los límites actuales, con el peso político suficiente para ser libre y soberana.


Rosas
No pretendo aquí justificar el terror de Rosas. Pero lo cierto es que la práctica del terror no comienza, ni mucho menos termina, con él. Moreno y su trunco plan de operaciones, las incursiones de la Junta a las provincias y los fusilamientos de Liniers y Dorrego ya prefiguraban el escenario del terror. Luego las campañas de Roca y las dictaduras del siglo XX eximen de cualquier comentario.
Hay dos hechos históricos poco conocidos, casi olvidados por la historia oficial. Ambos tienen por protagonistas a San Martín y a Rosas. Pero antes otro poco de historia. San Martín vuelve al país para ponerse a las órdenes de Dorrego y pelear la guerra del Brasil. Cuando llega, Lavalle ya había consumado el cobarde acto que, más allá de ciertos romances, lo pasará a la historia: había ordenado el fusilamiento de Dorrego, luego de dar lo que tal vez haya sido el primer golpe de Estado de nuestra historia. San Martín, ante este panorama, se niega a pisar suelo argentino. Permanece unos días en el puerto, a bordo del barco que lo había traído, y vuelve a Europa de donde ya no regresa.
Sin embargo, y este es uno de los datos poco difundidos, el General manifestará una vez más su intención de regresar. ¿Cuándo? Durante el Gobierno de Rosas, cuando la armada Francesa implementa el bloqueo del puerto de Buenos Aires. San Martín se ofrecerá a pelear a las órdenes del Restaurador. Así se lo hace saber en una carta, “he visto (…) el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de ésta medida, si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano, pero en mis circunstancias y la de que no se vaya a creer que me supongo un hombre necesario, hacen (…) si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine.”
Rosas, si bien no acepta su ofrecimiento, lo nombra ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina en el Perú. Sin embargo, San Martín rechaza el cargo ya que estaba percibiendo una pensión de aquel país, por lo que no consideraba ético “representar los intereses de nuestra república ante un estado del que soy deudor de favores tan generosos”.
La historia oficial parece no haber tomado cuenta de este episodio que trasluce una estrecha relación entre el inmaculado Padre de la Patria y el sanguinario Restaurador de las Leyes.
Pero habrá otro suceso que refuerza aún más la relación entre éstos dos personajes. Porque aquel legendario sable corvo, que liberara medio continente y que jamás fuera desenvainado para derramar la sangre de sus hermanos, le fue regalado a Rosas. Así lo dispuso el General San Martín en su testamento. Contradicciones y tensiones de una historia que no es tan lineal como pretenden algunos.
San Martín toma así, una vez más, una fuerte posición en la política interna. Lo hace, como siempre, con un acto contundente y pleno de sentido. Tal vez eso nos enseñe que la política interna debería dirimirse a partir de actos simbólicos que propendan a la igualdad y la fraternidad y no con fuego y sangre.

1 comentario:

  1. Buena la nota. Respecto a Rosas, por algo sigue vivo en el alma del pueblo. Es su alma gaucha, su obra por los humildes y su defensa por la soberanía nacional, honradez ejemplar de su gobierno es la expresión mas fuerte de la argentinidad auténtica. La historia oficial "dirigida" a denostar su obra, también minimizó y sepultó la epopeya de Obligado, Tonelero, San Lorenzo,etc. Es la encarnación de la conciencia nacional.

    ResponderEliminar

Hola. Esperamos tu comentario para enriquecer nuestra propuesta