por Cesar H. París
"Hay otra palabra irremplazable, que es "mierda", y el secreto de su contextura física está en la erre. Los cubanos dicen “mielda”. Ese es otro de los grandes problemas que ha tenido la revolución cubana, que es la imposibilidad de manifestar fuerza expresiva."
Roberto Fontanarrosa
Masticación
De la mierda no se habla, pero la mierda sigue dando que hablar. La afirmación no es mía, sino una paráfrasis de lo que el psicoanalista francés Dominique Laporte escribió en su Historia de la Mierda (1978). A pesar de las décadas, esta cita no ha perdido vigencia. En un mundo que se desliza por la pendiente del exhibicionismo y la irrefrenable necesidad de mostrar; en un sistema donde nada está vedado a la TV, los excrementos parecen ser un límite infranqueable. Podemos ver sin pestañar como un menor se prostituye, como un tsunami arrasa con cien mil vidas y hasta soportamos el nuevo diario de Jorge Lanata. Pero el solo hecho de imaginarnos la suma de nuestros desechos fecales nos llena de asco y repugnancia. En ese caso pensamos que sí, que millones de moscas han de estar equivocadas. Y vaya que debería haber moscas en el lugar a donde vamos.
Seguí leyendo... En todas estas cuestiones pienso mientras me pongo las botas, un hermoso par de “Champions” a estrenar. También recuerdo que, unos días antes, le pregunté a algunos amigos: “¿vos fuiste alguna vez a la Laguna de Cota?” y me cansé de escuchar que no, que ahí no se podía andar, que la inundación, que los maraños esto, que los jagüeles esto otro… Lo cierto es que ya pasó el mediodía y cruzamos la primera tranquera. “Abandonad toda esperanza los que entréis aquí” bien podría leerse al comienzo de esta expedición al retrete toldense.
Deglución
Caminamos lento en la primera tarde del sábado. Hemos elegido entrar por el FONAVI y seguir derecho hasta el zanjón que sale de la planta purificadora. Ahí veremos, y sobre todo olfatearemos, las posibilidades a seguir. A los pocos metros, sobre la izquierda, encontramos otra zanja que será nuestro referente. El agua, por llamar al líquido de alguna manera, parece salir por debajo de la zona de Maravello. Sin embargo notamos que la mínima corriente, lejos de empujar ese brebaje infecto, lleva los deshechos de vuelta hacia el pueblo. Hacemos la prueba del barquito y sí, el zanjón devuelve el agua servida hacia la localidad. Las pendientes naturales no entienden de decoro y sanidad pública y siguen la lógica de su inclinación. Primera confirmación entonces: algo huele mal en Dinamarca.
No resisto acercarme y bajar unos metros hasta el borde mismo de la zanja: manchas fecales flotan despreocupadas al sol de la tarde. La brisa es leve y refresca. Los primeros vahos se introducen por las fosas nasales y el tradicional olor de esta zona del pueblo se hace presente. Las vacas me miran y rumen su desidia. Me agacho a buscar una piedra y solo encuentro bosta seca, excelente combustible si uno quiere prender una hoguera, pero absolutamente ineficaz a la hora de hacer sapito en el charco. Así que me incorporo y voy tras los demás que caminan lenta pero persistentemente. Cuando los alcanzo, la primera oleada hedionda ya forma parte de nuestra expedición y a unos cientos de metros se adivina el zanjón principal. Espero que el viento sople del oeste, de verdad.
Retorcijones y ventosidades
Las primeras letrinas parecen haber sido públicas. Los romanos discutían sobre asuntos del estado mientras defecaban con una naturalidad envidiable. Los pueblos primitivos también parecen haber aceptado las heces como parte de un ciclo natural: el mismo Laporte cuenta en su libro como los nativos de la tribu de los Samoas, en la Polinesia, llaman a sus hijos “mierda de los dioses”. Por otro lado, y a modo de nota de color (marrón), las últimas palabras del emperador Claudio, anotadas por Séneca, fueron: “Vae me. Puto, cocacavi me. Quod an fecerit, nescio: omnia certe concacavi”. (“¡Ay de mí, creo que me he cagado! Cómo ha podido suceder, no lo sé, pero lo cierto es que me he llenado todo de mierda”). Finalizando la Edad Media, el magnífico Rabelais escribió que "la mejor forma de limpiarse el culo es con un canario joven". Mucho más cerca de nuestra era, la infame Mirtha Legrand expuso su famoso ¡Mierda, carajo…! ante los oídos de su distinguida teleaudiencia. Sin embargo es Francisco de Quevedo y Villegas, llamado también “Juan Lamas, el del Camisón Cagado” quien nos ha dejado algunas de las afirmaciones más célebres sobre el arte de defecar, basta con leer “Gracias y desgracias del ojo del culo” para conocer casi todas las posibilidades del órgano excretor.
A todo esto ¿cuándo el acto de excretar pasa a la esfera privada? Suponemos que el poder adquisitivo de la nobleza primero (ah… los famosos perfumes franceses) y la burguesía más tarde, les permitió no mezclar sus heces con las ajenas y, como lo que no se ve no existe, apretamos el botón o tiramos la cadena pensando en una mágica desaparición del bolo fecal. Desde este punto de vista, el aroma que sentimos los toldenses por la tarde es el resultado de nuestra propio progreso. Somos lo que hacemos, y la actividad que más realizamos es ir al baño. Saque el lector atento sus propias conclusiones.
Excreción
Cuando llegamos al zanjón principal, una letrina a cielo abierto, el suelo comienza a hacerse blando y resbaladizo. Una espuma de detergente y viscosidades varias flota perpetua entre los juncos. A medida recorremos la distancia hacia la laguna, (hemos tomado para la derecha, dejando a nuestra espalda la purificadora) el canal empieza a perder su cauce para derramar su contenido hacia los costados. A esta altura es bueno caminar con cuidado y encontrar un trozo de tierra seca es absolutamente imposible. A lo lejos, cerca de la ruta, alguien quema unos neumáticos en una fogata gigante. En la zanja flota una media de nylon y decenas de envases plásticos (¿para qué queremos tanta lavandina?). Una película grisácea cubre la superficie del agua.
Más adelante, justo en la desembocadura del zanjón principal, se abre un auténtico delta de mierda. El aspecto es el de un pantano y las botas se entierran profundo en el lodo putrefacto. Contra lo que podría suponer, no hay moscas, pero bien puede uno imaginarse lo que debe ser este lugar en verano. Dar un paso es arriesgarse a dejar las botas encajadas y no está en los planes de nadie quedarse en medias, por lo tanto caminamos con mucho cuidado, sin poder evitar una que otra salpicadura, sobre todo en el momento de la succión del calzado, un efecto conocido como “sopapa” que tan buenos resultados da a la hora de destapar cañerías y elementos afines. El hedor es pestilente.
Sin embargo, todavía falta para llegar a la laguna. Y mientras tanto me cuentan que la planta purificadora está concebida para procesar los deshechos de siete mil personas. Número a todas luces insuficientes si tomamos en cuenta la población actual de Los Toldos. Es curioso advertir que una de las patas de la problemática cloacal en nuestro pueblo sea lo demográfico: evidentemente la infraestructura no está preparada para absorber la cantidad de gente que ha decidido radicarse en nuestra comuna. Eso sí, para pagar impuestos o a la hora de votar todos los funcionarios saben cuántos somos y dónde vivimos. Y sí al crecimiento poblacional le sumamos la desidia y la falta de mantenimiento tenemos el desastre perfecto. Y a la mierda que se la lleve el viento, pienso y me agarro de un poste para evitar la patinada. Más allá de esos juncos está por fin la laguna, si es que todavía existe.
Distención
Y entonces aparece un entorno extrañamente natural. Y veo teros y oigo sus gritos y el agua comienza a verse cada vez mejor y el aire ya no es tan irrespirable. Cruzamos un último zanjón, un desagüe pluvial que viene de Los Eucaliptus y que se ve sorprendentemente limpio, y ya estamos al borde de la laguna. Y de verdad que desconcierta ver que la laguna de Cota todavía vive y late. Patos, gallaretas y aguaciles se tornasolan en el reflejo de la siesta. Una bandada de flamencos rosados flota en la superficie para levantar vuelo en cuanto perciben nuestra presencia. Enormes hormigueros se elevan en la tierra seca. Manzanillas florecidas se reflejan en el agua. Parece que la naturaleza piensa vender caro su pellejo.
Nosotros jugamos a perdernos entre las cañas y vemos que todavía no nos tapó la mierda, que las posibilidades de reconstrucción están al alcance de la mano. Que si la planta dejara de arrojar desechos sin procesar y metales pesados, la laguna se incorporaría como alguien que sale de la terapia por primera vez al aire de la tarde. Que el enfermo tiene cura, aunque para eso sea necesario un cambio cultural.
Queda entonces una cuestión de fondo: así como la solución está a la alcance de la mano (y de los presupuestos) de nada servirá la reparación de la planta si pensamos que con sólo apretar un botón la mierda desaparecerá mágicamente. Porque en ese caso, lo único mágico será la avalancha de excrementos que nos espera. Así que un poco más de cariño con el sistema cloacal. Piénselo la próxima vez que vaya a meditar entre los azulejos espejados de su morada. Ya lo decía Don Francisco: “No hay contento en esta vida / que se pueda comparar / al contento que es cagar.” Honremos esa alegría cada vez que nos toque.
De la mierda no se habla, pero la mierda sigue dando que hablar. La afirmación no es mía, sino una paráfrasis de lo que el psicoanalista francés Dominique Laporte escribió en su Historia de la Mierda (1978). A pesar de las décadas, esta cita no ha perdido vigencia. En un mundo que se desliza por la pendiente del exhibicionismo y la irrefrenable necesidad de mostrar; en un sistema donde nada está vedado a la TV, los excrementos parecen ser un límite infranqueable. Podemos ver sin pestañar como un menor se prostituye, como un tsunami arrasa con cien mil vidas y hasta soportamos el nuevo diario de Jorge Lanata. Pero el solo hecho de imaginarnos la suma de nuestros desechos fecales nos llena de asco y repugnancia. En ese caso pensamos que sí, que millones de moscas han de estar equivocadas. Y vaya que debería haber moscas en el lugar a donde vamos.
Seguí leyendo... En todas estas cuestiones pienso mientras me pongo las botas, un hermoso par de “Champions” a estrenar. También recuerdo que, unos días antes, le pregunté a algunos amigos: “¿vos fuiste alguna vez a la Laguna de Cota?” y me cansé de escuchar que no, que ahí no se podía andar, que la inundación, que los maraños esto, que los jagüeles esto otro… Lo cierto es que ya pasó el mediodía y cruzamos la primera tranquera. “Abandonad toda esperanza los que entréis aquí” bien podría leerse al comienzo de esta expedición al retrete toldense.
Deglución
Caminamos lento en la primera tarde del sábado. Hemos elegido entrar por el FONAVI y seguir derecho hasta el zanjón que sale de la planta purificadora. Ahí veremos, y sobre todo olfatearemos, las posibilidades a seguir. A los pocos metros, sobre la izquierda, encontramos otra zanja que será nuestro referente. El agua, por llamar al líquido de alguna manera, parece salir por debajo de la zona de Maravello. Sin embargo notamos que la mínima corriente, lejos de empujar ese brebaje infecto, lleva los deshechos de vuelta hacia el pueblo. Hacemos la prueba del barquito y sí, el zanjón devuelve el agua servida hacia la localidad. Las pendientes naturales no entienden de decoro y sanidad pública y siguen la lógica de su inclinación. Primera confirmación entonces: algo huele mal en Dinamarca.
No resisto acercarme y bajar unos metros hasta el borde mismo de la zanja: manchas fecales flotan despreocupadas al sol de la tarde. La brisa es leve y refresca. Los primeros vahos se introducen por las fosas nasales y el tradicional olor de esta zona del pueblo se hace presente. Las vacas me miran y rumen su desidia. Me agacho a buscar una piedra y solo encuentro bosta seca, excelente combustible si uno quiere prender una hoguera, pero absolutamente ineficaz a la hora de hacer sapito en el charco. Así que me incorporo y voy tras los demás que caminan lenta pero persistentemente. Cuando los alcanzo, la primera oleada hedionda ya forma parte de nuestra expedición y a unos cientos de metros se adivina el zanjón principal. Espero que el viento sople del oeste, de verdad.
Retorcijones y ventosidades
Las primeras letrinas parecen haber sido públicas. Los romanos discutían sobre asuntos del estado mientras defecaban con una naturalidad envidiable. Los pueblos primitivos también parecen haber aceptado las heces como parte de un ciclo natural: el mismo Laporte cuenta en su libro como los nativos de la tribu de los Samoas, en la Polinesia, llaman a sus hijos “mierda de los dioses”. Por otro lado, y a modo de nota de color (marrón), las últimas palabras del emperador Claudio, anotadas por Séneca, fueron: “Vae me. Puto, cocacavi me. Quod an fecerit, nescio: omnia certe concacavi”. (“¡Ay de mí, creo que me he cagado! Cómo ha podido suceder, no lo sé, pero lo cierto es que me he llenado todo de mierda”). Finalizando la Edad Media, el magnífico Rabelais escribió que "la mejor forma de limpiarse el culo es con un canario joven". Mucho más cerca de nuestra era, la infame Mirtha Legrand expuso su famoso ¡Mierda, carajo…! ante los oídos de su distinguida teleaudiencia. Sin embargo es Francisco de Quevedo y Villegas, llamado también “Juan Lamas, el del Camisón Cagado” quien nos ha dejado algunas de las afirmaciones más célebres sobre el arte de defecar, basta con leer “Gracias y desgracias del ojo del culo” para conocer casi todas las posibilidades del órgano excretor.
A todo esto ¿cuándo el acto de excretar pasa a la esfera privada? Suponemos que el poder adquisitivo de la nobleza primero (ah… los famosos perfumes franceses) y la burguesía más tarde, les permitió no mezclar sus heces con las ajenas y, como lo que no se ve no existe, apretamos el botón o tiramos la cadena pensando en una mágica desaparición del bolo fecal. Desde este punto de vista, el aroma que sentimos los toldenses por la tarde es el resultado de nuestra propio progreso. Somos lo que hacemos, y la actividad que más realizamos es ir al baño. Saque el lector atento sus propias conclusiones.
Excreción
Cuando llegamos al zanjón principal, una letrina a cielo abierto, el suelo comienza a hacerse blando y resbaladizo. Una espuma de detergente y viscosidades varias flota perpetua entre los juncos. A medida recorremos la distancia hacia la laguna, (hemos tomado para la derecha, dejando a nuestra espalda la purificadora) el canal empieza a perder su cauce para derramar su contenido hacia los costados. A esta altura es bueno caminar con cuidado y encontrar un trozo de tierra seca es absolutamente imposible. A lo lejos, cerca de la ruta, alguien quema unos neumáticos en una fogata gigante. En la zanja flota una media de nylon y decenas de envases plásticos (¿para qué queremos tanta lavandina?). Una película grisácea cubre la superficie del agua.
Más adelante, justo en la desembocadura del zanjón principal, se abre un auténtico delta de mierda. El aspecto es el de un pantano y las botas se entierran profundo en el lodo putrefacto. Contra lo que podría suponer, no hay moscas, pero bien puede uno imaginarse lo que debe ser este lugar en verano. Dar un paso es arriesgarse a dejar las botas encajadas y no está en los planes de nadie quedarse en medias, por lo tanto caminamos con mucho cuidado, sin poder evitar una que otra salpicadura, sobre todo en el momento de la succión del calzado, un efecto conocido como “sopapa” que tan buenos resultados da a la hora de destapar cañerías y elementos afines. El hedor es pestilente.
Sin embargo, todavía falta para llegar a la laguna. Y mientras tanto me cuentan que la planta purificadora está concebida para procesar los deshechos de siete mil personas. Número a todas luces insuficientes si tomamos en cuenta la población actual de Los Toldos. Es curioso advertir que una de las patas de la problemática cloacal en nuestro pueblo sea lo demográfico: evidentemente la infraestructura no está preparada para absorber la cantidad de gente que ha decidido radicarse en nuestra comuna. Eso sí, para pagar impuestos o a la hora de votar todos los funcionarios saben cuántos somos y dónde vivimos. Y sí al crecimiento poblacional le sumamos la desidia y la falta de mantenimiento tenemos el desastre perfecto. Y a la mierda que se la lleve el viento, pienso y me agarro de un poste para evitar la patinada. Más allá de esos juncos está por fin la laguna, si es que todavía existe.
Distención
Y entonces aparece un entorno extrañamente natural. Y veo teros y oigo sus gritos y el agua comienza a verse cada vez mejor y el aire ya no es tan irrespirable. Cruzamos un último zanjón, un desagüe pluvial que viene de Los Eucaliptus y que se ve sorprendentemente limpio, y ya estamos al borde de la laguna. Y de verdad que desconcierta ver que la laguna de Cota todavía vive y late. Patos, gallaretas y aguaciles se tornasolan en el reflejo de la siesta. Una bandada de flamencos rosados flota en la superficie para levantar vuelo en cuanto perciben nuestra presencia. Enormes hormigueros se elevan en la tierra seca. Manzanillas florecidas se reflejan en el agua. Parece que la naturaleza piensa vender caro su pellejo.
Nosotros jugamos a perdernos entre las cañas y vemos que todavía no nos tapó la mierda, que las posibilidades de reconstrucción están al alcance de la mano. Que si la planta dejara de arrojar desechos sin procesar y metales pesados, la laguna se incorporaría como alguien que sale de la terapia por primera vez al aire de la tarde. Que el enfermo tiene cura, aunque para eso sea necesario un cambio cultural.
Queda entonces una cuestión de fondo: así como la solución está a la alcance de la mano (y de los presupuestos) de nada servirá la reparación de la planta si pensamos que con sólo apretar un botón la mierda desaparecerá mágicamente. Porque en ese caso, lo único mágico será la avalancha de excrementos que nos espera. Así que un poco más de cariño con el sistema cloacal. Piénselo la próxima vez que vaya a meditar entre los azulejos espejados de su morada. Ya lo decía Don Francisco: “No hay contento en esta vida / que se pueda comparar / al contento que es cagar.” Honremos esa alegría cada vez que nos toque.
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